" A Jan, ese fragmentalio amigo
que con su arte virtual nos tiene en constante jaque ”
que con su arte virtual nos tiene en constante jaque ”
En la historia de las civilizaciones, los juegos han sido, originariamente, cosa muy distinta a una simple distracción profana, y el ajedrez, en concreto, uno de aquellos en que los vestigios de carácter sagrado originario han permanecido con mayor fuerza.
Sin embargo, el término "ajedrezado", de ajedrez, o "taqueado", por tacos, es utilizado en diversas disciplinas. Referido a pavimentos, ya aparece en ruinas de Cástulo (Linares) y se consigue con guijarros de ríos, pequeños y homogéneos, de color blanco y grisáceo. Así mismo se utiliza como recurso en pintura mural y en heráldica, donde un Cuartel ajedrezado o dividido es símbolo de batalla, estrategia, nobleza, generosidad, autoridad y constancia en el valor.
En arquitectura, el ajedrezado es un motivo decorativo de tipo geométrico. Nos referimos a él cuando nos encontramos en las arquivoltas, cornisas o algún otro elemento de los templos esos típicos ornamentos que nos recuerdan al tablero de ajedrez.
La disposición del taqueado, en bandas rectilíneas, alternativamente, rebajado y resaltado, podría responder, en su aspecto simbólico, a la yuxtaposición del blanco y el negro, representando la luz y las tinieblas, el día y la noche; es decir, todos los pares de opuestos o de complementarios.
Sabemos que en su origen, los colores antagónicos del tablero eran el blanco y el rojo, aunque posteriormente éste ultimo acabó siendo desplazado por el color negro.
En todo caso y dentro de su significado sagrado, el ajedrezado es una muestra testimonial de la dualidad inactiva, que sólo es activada -en el caso del juego-, con la participación de un tercer elemento: el raciocinio actuando bajo una ley, la estrategia, el lugar de unión entre el instinto profano y la sacra intuición.
En la Edad Media, y desde su introducción en occidente por los árabes, el ajedrez era uno de los entretenimientos cortesanos más en boga, y aunque el juego en sí mismo ya había ido evolucionando desde entonces, seguía poseyendo un claro referente bélico.
De alguna forma podríamos relacionar el tablero y sus piezas como un reflejo del entorno social de las gentes y su lucha cotidiana por la vida.
En el campo de la ideología política, este juego dejaba traslucir el mensaje del concepto de realeza que coincidía con su proyecto político: Así, el rey, encarnaría el jefe militar "sennor de la hueste"; los caballos, seríann " los cavalleros puestos por cabdiellos por mandato del Rey para ordenar las azes de la hueste"; los roques, "los carros de guerra" y los alfiles, "elefantes que solíen los Reyes levar en batallas". Mientras que para el hombre de a pie medieval, el ajedrez encerraba todo un microcosmos de su sociedad, en la cual podía intervenir, como un dios, disponiendo el destino de los humanos.
Durante esos siglos, los vestigios de carácter sagrado que el ajedrez poseía se mantuvieron vivos. Su carácter secreto y atractivo, hasta adictivo, favoreció su popularidad y dejó de ser exclusivo de unos pocos eruditos que ejercitaban sus mentes para extrapolar el uso de estrategias.
Parece ser que en ocasiones se utilizaban partidas de ajedrez como justas entre caballeros. De hecho, hay una historia anterior a la época románica que refiere que Carlomagno por poco pierde el reino y su cabeza, debido a un torneo-partida de ajedrez en la que resultó vencido:
Carlomagno tenía un paladín a su servicio llamado Garín. Tal fue el valor que este demostró que se ganó la admiración de los caballeros y el amor de las damas. Entre ellas la mismísima Emperatriz.
Al enterarse de ello, Carlomagno lo llamó y le propuso lo siguiente: "Juguemos una partida de ajedrez, pero con estas reglas: si ganas, te haré entrega de todos mis reinos y posesiones así como de mi propia mujer. Si gano, pagarás con tu vida la derrota".
Garín se vio forzado a aceptar, pero lo que Carlomagno no sabía era que su rival era un fenomenal jugador de ajedrez. Tras una dura lucha de ataques y contraataques Garin logró el jaque mate. Dicen que Carlomagno se desplomó entre lágrimas al verse derrotado, no se sabe si por la congoja de perderlo todo o por la rabia de no poder batir a su oponente.
Garin demostró ser mucho más prudente y sabio que el propio rey. Perdonó la justa y solicitó a cambio la devolución del castillo que anteriormente le habían arrebatado. Y allí se trasladó, lejos de las conspiraciones imperiales.
Sea como fuere, acrecentado por su pasado “pagano” y por las fuertes apuestas que iban asociadas a las partidas, este juego acabó siendo condenado por la iglesia en el Concilio de París en 1212. También el rey San Luís lo prohíbe en una ordenanza de 1254, pues veía en ello una invención diabólica. Realmente, el ajedrez, podría encerrar a la larga, un potencial de crecimiento cultural del pueblo llano, cosa que siempre pone en peligro el control sobre las masas.
“Juegos diversos de axedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del rey don Alonso el Sabio”
Y en cuanto a la propia congregación eclesiástica, aparecen códices ilustrados donde se muestran monjes –como en este caso, templarios- participando en una partida de ajedrez.
Sin embargo, esa persecución por parte de la iglesia, no consiguió frenar que el juego continuara extendiéndose por Europa y que lo siguiesen practicando nobles y monjes cristianos. Ejemplo de ello nos lo da Alfonso X, pues de su reinado es el libro más antiguo sobre el ajedrez que nos ha llegado:
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La presencia de este tablero grabado sobre el basamento del claustro en la Abadia de Sant Hilari (Rosellón), no deja de ser asombrosa, pues las reglas de San Benito no contemplaban ningún momento de la jornada de los monjes para una distracción de este género.
**** EL ROC ****
Hablábamos antes sobre la presencia del escaqueado en heráldica, un elemento que, adoptado por una familia de la nobleza, podría insinuar un firme o innato compromiso de combate.
La usanza de este motivo aparece en un gran número de blasones de condición noble, pero de todos ellos, hay uno que nos llama poderosamente la atención. Es el escudo de los Rocabertí, un linaje surgido de las nebulosas de la época carolingia (Dr. Santiago Sobrequés y Vidal- ,Rv.Gerona, n 62) y que, según parece, tuvo una representación muy importante y destacada en el ámbito militar, jurídico y religioso, desde el siglo X en pleno período medieval hasta bien entrado el siglo XVII.
Dicho escudo con taqueado que conserva el color original de las piezas árabes, rojo y blanco, ostenta en su interior, un signo que desde algunos siglos antes ya venia perpetuándose, algunas veces en forma de marca lapidaria y algunas otras formando parte de un emblema con clara intencionalidad identificativa.
Esta marca corresponde a una de las piezas del ajedrez: el roque o también conocida popularmente como la torre.

En sus inicios, la casta de los Rocabertí habitó en el condado del Rosellón, lugar donde se ubica el monasterio de Sant Martí del Canigó s.XII, y de donde proceden los anteriores capiteles, que muestran un pequeño escudo con la grafía del Roc, signo de reconocimiento adoptado por la mencionada dinastía y que manifiesta su presencia y participación en el templo en cuestión.
El término persa Rukh (Roc) denominado para la torre del ajedrez, es lo que determinó que apellidos con el apelativo “roc” adquirieran dicha pieza como emblema.

Otra de esas influyentes familias fueron los Rocafort, que también colaboraron con fuertes donaciones para su perpetuo recuerdo, y en el claustro románico del monasterio de Sant Benet del Bages (Barcelona) hay constancia de ello.
Vemos que desde sus orígenes la familia Rocabertí ha mantenido el roc como el emblema primordial de su apellido.
Esta observación amparada por la escasísima presencia de dichas marcas en los sillares románicos frente a la gran cantidad de otras distintas que se repiten por doquier, nos induce a pensar que el roc no se trata de una marca de cantero entendida como tal, sino que se trata de una señal de identidad. La “firma” identificativa de la presencia del poder fáctico de una saga.
Atendiendo a las razones expuestas, resultaría plausible entender la aparición en el templo de Santa María de Biota de esta "heráldica en pañales", que en su portalada oeste -la principal entrada de la iglesia hacia el altar-, tiene en sus cuatro archivoltas sillares marcados con éste distintivo.
Y no en vano, hay constancia que hasta entrado el siglo XVII, miembros de dicha rama familiar con el apellido Rocabertí, seguian ostentando entre otros muchos, el título del vizcondado de Biota.(Partida sacramental. Archivo parroquial de San Gil, Abad de Zaragoza. Tomo III f 128v.).

Salud y románico