Si por un lado las autoridades de la Iglesia se esforzaron en hacer desaparecer las creencias y prácticas que no tenían cabida en la nueva mentalidad que estaban forjando, por otro, muchas veces tuvieron que transigir con tradiciones demasiado arraigadas y llegar a un compromiso.
De modo parecido, en la mitología cristiana, que sería la base de la simbología del Arte Románico, formada por las dos tradiciones iniciales que la componen, se añadieron las de los pueblos invasores y las locales. Y en el concepto del maligno, como personaje mítico, tenemos un claro ejemplo de ello.
Del neoplatonismo provendrían las reflexiones sobre la naturaleza de los daimones, mientras que tempranos escritores cristianos darían popularidad a ciertos relatos apócrifos sobre la caída de los ángeles, su apareamiento con mujeres de la tierra y engendradores de la raza de los “gigantes” que la desbastaron y cuyos espíritus demoníacos siguen produciendo el pecado y la miseria. Agustin de Hipona escribió ya entonces, el tratadoDe divinatanione daemonum,donde por primera vez trata sobre los pactos con el diablo, que tanto dio que hablar en la cultura popular y oficial cristiana.
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-- Así pues, gracias a las disquisiciones mítico-teológicas de los eruditos, la cultura popular acabó imaginando al demonio de forma grotesca, casi ridícula, con patas de cabra, con cuernos y con cola. Como la figura de un hombre medio animal que parecía haber escapado de una reunión de misterios dionisiacos, de un adepto persistente del paganismo pecaminoso y alegre.
Evidentemente, los autores y comitentes eclesiásticos no se preocuparon demasiado en desmentir este tipo de representaciones porque, al fin y al cabo, el mensaje conseguía que los antiguos dioses paganos quedaran identificados con dicho concepto, eliminando de ese modo cualquier posible devoción que pudiera arraigar o existir.
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La iconografía románica refleja, pues, esa visión popular. Y junto a ello, nos encontramos una gran variedad de nombres asociados al maligno, y de todos ellos, el más popularmente conocido es Lucifer.
Pero…por qué y desde cuando es así? :
* Satán, no es Lucifer, sino la expresión inquisidora y tentadora de la vida. Lo veremos reproducido en el arte románico tentando al Hijo de Dios y contraponiéndose al pesaje de almas que realiza el lugarteniente angelical Michael.
* Tampoco Belzebúl es Lucifer, ni tampoco Belial. Ellos son la expresión herética del mensaje judeo-cristiano frente a los dioses paganos, pues no en vano alude a la costumbre de ofrecer sacrificios cruentos a Baal (Beel), identificados con la corrupción y con el enjambre de insectos que sus restos conciliaban en torno al sacrificado, por lo que son conocidos también como "el señor de las moscas".
* Leviatán, la bestia del abismo o el antiguo Dragón, sería rescatado por el arte románico de las mitologías fenicia, babilónica y egipcia como monstruo primigenio del Caos Primitivo para encarnar la resistencia de poder del Mal frente a Dios, sirviendo como representación simbólica de todos los diablos y representado como la puerta del infierno. Pero tampoco él, es Lucifer.
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**LUCIFER*
El nombre de Lucifer tiene un significado tan enigmático, como el del Portador de la Luz.
Hasta finales del siglo IV, Lucifer era un nombre propio, aceptado y utilizado por los cristianos. La primera vez que este nombre aparece mencionado en la Biblia, fue por obra de San Jerónimo, traductor de la Vulgata.
Según parece, tras sus fuertes desavenencias conceptuales con el Obispo Lucifer, no dudó en corresponderlo insertando su nombre en un pasaje de Isaias (14,12). En dicho pasaje, la palabra luceroquedó intercambiada por lucifer.: "Quomodo cecidisti de caelo, lucifer, filiaurorae?!“.
Una alegoría perfecta para el Obispo Lucifer, alguien que, estando en plena madurez de fuerza y habilidades, acabo siendo desterrado debido a su intolerante severidad e incapacidad de tener tacto.
Las malas interpretaciones posteriores y la fuerza innata que el propio nombre conlleva, propiciaron que Luciferse volviera un sobrenombre para el “rey” de los diablos y, paradójicamente, todo ello a causa de la discordia entre dos eclesiásticos cristianos.
Pero la gran verdad, es que en latín el nombre de Lucifer se le adjudicaba al planeta Venus cuando se eleva por el hemisferio como estrella matutina; apareciendo como la más brillante del firmamento. Anunciadora de la llegada de un nuevo día y por ende, precursora de un astro más brillante que ella, el cuál, con su calor nos da la vida, el sol.
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.Conocida su simbología -con todo lo que ello conlleva-, por ciertos iniciados, gente instruida y preocupada por el cultivo espiritual, siempre queda en algún lugar constancia de este discernimiento.
Ejemplo de ello, lo hemos encontrado en esta lápida incrustada en una de las arcadas del claustro de la catedral de Roda de Isabena donde, que junto a la memoria de Raimundus, se exhibe una idea que posiblemente el difunto compartía.
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El ciclo de esta vida, nuestra vida, es como Lucifer, el lucero del alba, que se eleva cruzando el firmamento para convertirse en Hesperus, el lucero del atardecer, al finalizar nuestra existencia.
Una vida que no es más que el anuncio de otra más intensa y brillante que obtendremos tras la muerte, quienes por supuesto, estén preparados para ello.
Otro percusor, el Bautista, habló con palabras semejantes (Jn.3-28,30)“…Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de Él. Así pues mi labor esta cumplida, necesario es que yo mengüe para que el crezca”.
Apuntamos esta reflexión como forma de entender el nulo papel de Lucifer en el arte románico, pues no veremos sus reproducciones simbólicas sino quizá, al identificarlas con cierto aspecto de la serpiente: cuando se muestra advocadora con los primeros hombres a disfrutar de la libertad de su autodeterminación individual. Exhortando a Eva a creer y reclamar, atrevidamente, la necesidad de ello.
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* Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.(Ap.22,16), proclama Cristo en su segunda venida.
Como Dios de la libertad y el conocimiento, quizá el grito de batalla de Lucifer es uno de esperanza, así como la estrella matutina es sinónimo de esperanza en el nuevo amanecer.
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